¿Qué puede hacer por ti el coaching terapéutico?
– Tengo un problema.
– ¿De qué se trata?
– Pues… es que no deja de llamarme, mandarme mensajitos, e-mails…
– ¿Puedes darme más pistas?
– De acuerdo -se acomoda en la silla- resulta que conocí a un tipo en uno de esos chats, ya sabes, para conocer gente y hacer nuevas amistades. Y, la verdad, es que parecía alguien interesante. Hasta aquí todo bien, pero… cuando quedamos… ¡Dios! ¡Vaya personaje!
– ¿A qué te refieres?
– Pues eso, que nada más verlo, me arrepentí y ya cuando abrió la boca quise irme corriendo en la dirección opuesta.
– ¿Y qué te lo impidió?
– Bueno…
Me quedo en silencio esperando una respuesta.
– Pues no sé… no se puede hacer eso.
– ¿Seguro? ¿Quién lo dice?
– Montse, hay una cosa que se llama educación.
– Sí, lo sé, y no te estoy diciendo que seas una mal educada.
– Entonces ¿cómo podía irme corriendo nada más abrir la boca y no ser mal educada?
– Buena pregunta, vamos por pasos. En primer lugar, ¿por qué dices que nada más verle te arrepentiste?
– Porque no tenía nada que ver su foto con la realidad.
– Ya veo, entonces te engañó.
– Sí, se podría decir así.
– ¿Cómo lo dirías tú para ser más exactos?
– Vale, vale tienes razón, me engañó.
– Perfecto. Y eso, ese engaño, ¿no es para ti una falta de respeto?
– Sí, por supuesto que lo es.
– ¿Cómo te sentiste en ese momento?
– Mal, me habían vuelto a engañar.
– Ya veo. Entonces, según tus palabras, no es la primera vez que te pasa algo así.
– No‒ inclina un poco la cabeza y fija su mirada en el suelo.
– ¿Debo suponer que en las otras ocasiones te comportaste igual?
– No lo sé, ¿a qué te refieres?
– Sí. Me voy a explicar. Entiendo que una vez te distes cuenta del engaño, no dijiste nada y, simplemente, dejaste pasar la situación, ¿me equivoco?
– No, supongo que no te equivocas.
– Y la pregunta es ¿por qué? ¿Por qué no hiciste nada al respecto si no te gustaba lo que estaba pasando?
– Me parecía una falta de respeto y… tampoco creí que fuera lo más correcto ¿y si se hubiera molestado?
– Ok, ya veo. Bien, continuemos. Me dices que, en este último encuentro, en el momento en que el chico empezó a hablar, querías irte.
– Sí.
– Y me imagino que si te pregunto por qué no lo hiciste me responderás que es una falta de respeto.
– Sí.
– Perfecto ¿habías mantenido conversaciones antes con él, vía chat?
– Sí.
– Entonces ¿qué fue lo que te pareció tan horroroso?
– No sé, era… era como hablar con otra persona.
– ¿Puedes ser más concreta?
– Sí. La manera de hablar, por ejemplo, utilizaba palabrotas. Y… la forma de tratarme -se queda pensativa- ¡Jamás antes se había dirigido a mí de esa manera! Y mucho menos con esas palabras y ese tono.
– Bien, y tú ¿qué pensaste?
– Que era un fraude.
– Ok, y aun así ¿cuánto tiempo estuviste con él tomando café?
– Unas cuatro horas ‒ ella misma se sorprende de su respuesta.
– Bien. ¿Y cambiaste de opinión durante el transcurso de ese tiempo?
– No.
– Y ahora el problema es que te llama y te persigue con mensajes y emails para volver a quedar.
– Sí, exacto.
– Y tú ¿cómo estás gestionando esta situación?
– Mal, no sé qué hacer. De momento no le contesto, pero no se da por aludido.
– Y esto ¿cómo te hace sentir?
– Mal.
– Entiendo, y me pregunto ¿esto de no responderle no te parece que se pueda considerar una actitud de mala educación?
– Mmm…Sí, pero… -se queda pensativa unos instantes-.
– ¿Pero?
– No me está dejando alternativa.
– ¿Tú crees? ¿No habría otra forma de solucionarlo?
– Por eso estoy aquí.
– Bien. Si al final no nos deja alternativa y hay que ser mal educada, dime ¿cuándo hubiera sido el mejor momento para serlo?
– No te entiendo.
– Sí, ¿cuándo hubiera sido mejor para ti ser mal educada? ahora, después de haberle dedicado 4 horas a un café y haber aguantado un montón de llamadas y mensajes, o bien el primer día.
– Ya veo donde quieres ir a parar. Sí, para mi hubiera sido mejor, desde luego, el primer día y en el primer momento en que le vi.
– Perfecto, cierra los ojos e imagina esa otra opción. -me mira con cara incrédula pero finalmente cierra los ojos. En unos segundos su expresión se relaja- ¿te sientes mejor?
– La verdad es que sí, pero…
– De acuerdo, ¿qué te haría falta para estar realmente segura y sentirte bien tomando la decisión de ser, según tú, mal educada desde el primer día?
– Sé que me quieres decir algo…pero no lo veo.
– Ya…lo enfocaré de otra manera. ¿Qué opinas de la gente mal educada?
– Ah… esto sí que puedo responderlo. Pues no me gustan, se creen que están por encima de los demás.
– Bien, entonces ahora quiero que me respondas a algo. ¿Qué diferencia hay entre que tú seas una mal educada y en que lo sean los demás contigo?
– ¡Ostras! -exclama con cara de asombro-.
– ¿Sí?
– Ya lo entiendo, yo estoy continuamente preocupada de no ser yo la mal educada y no valoro que los demás lo sean conmigo, ¡es eso! ¿Verdad? ‒ me mira esperando una aprobación.
-No lo sé, dímelo tú. ¿Cómo te sientes ahora?
– ¡Furiosa!
– ¿Furiosa?
– Sí, estoy furiosa conmigo por no darme cuenta.
– Perfecto, pues ahora si te parece trabajaremos esta emoción.
Dando un enfoque diferente haces las cosas difíciles más fáciles.