Érase una vez, para presumir hay que sufrir.

¿Qué puede hacer por ti el coaching terapéutico?

Dedicado a todos aquellos que creen que para ser felices antes hay que sufrir.

Érase una vez, en un país lejano, un hombre entró en una zapatería para comprarse unos zapatos cuando el vendedor se le acerca.
– Buenos días señor, ¿en qué le puedo servir?
– Me gustaría un par de mocasines marrones.
– Desde luego señor, me indica que modelo le gusta.
Dirigiéndose al mostrador le señala con el dedo.
– Perfecto, su número debe ser… el cuarenta y dos. ¿verdad?
– No, quiero un cuarenta por favor.
– Disculpe señor, creo que se confunde. Quizás un cuarenta y uno, pero no un cuarenta.
– Un cuarenta por favor.
– Discúlpeme señor, llevo toda la vida en el oficio y debo insistir…
– Un cuarenta por favor.
– ¿Me permite que le mida el pie?
– Mida lo que quiera pero yo quiero un par de mocasines marrones del cuarenta.
El vendedor va a buscar el medidor y tras medirle el pie con satisfacción.
– Tenia razón, ¿lo ve? Es un cuarenta y dos, lo que yo decía.
El cliente cada vez con menos paciencia, lo mira y le dice con tono desafiante…
– ¿Quien va a pagar los zapatos usted o yo?
– Disculpe señor, usted.
– Entonces por favor me da un par de mocasines marrones del cuarenta.
El vendedor, resignado, deja de discutir y de cuestionarlo y se va a buscar los zapatos, cuando a medio camino se da cuenta de que posiblemente esos zapatos no sean para el cliente sino que sean para regalar. -que tonto he sido, cómo no me he dado cuenta antes-
– Señor aquí tiene un par de mocasines marrones del cuarenta.
– Perfecto ¿me trae un calzador?
– ¿Se los va a probar?
– Por supuesto.
– ¿Pero son para usted?
– Ya empezamos ¿me trae un calzador por favor?
Después de varios gritos y movimientos raros, consigue meter los pies dentro de los mocasines. Con mucho esfuerzo logra levantarse y dar tres pasos, sin dejar de gruñir de dolor.
El vendedor, solo de verlo, se muere de angustia al imaginarse esos pies aprisionados dentro de esos zapatos.
– Esta bien, me los llevo.
– Déme, que se los envuelvo.
– No gracias, me los llevo puestos.
El hombre sale de la tienda como buenamente puede y se dirige a su trabajo, entre quejidos y dolores.
– Después de casi seis horas de estar de pie dentro de esos zapatos, su cara es un poema, esta totalmente desencajada, las lágrimas le caen por el rostro. Llega la hora de salir del trabajo, su compañero que lleva toda la tarde viéndolo, esta muy preocupado.
– ¿Qué te pasa? Te veo mal.
– Tranquilo, no pasa nada, son los zapatos.
– ¿Qué le pasa a los zapatos?
– Me aprietan.
– Por qué, ¿se han mojado?
– No es que son dos números más pequeños.
– ¿De quién son?
– Míos.
– ¿Te han crecido los pies, o se han encogido los zapatos con los años?
– Son nuevos.
– No entiendo nada, dices que son dos números más pequeños y que te están destrozando los pies…
– Exacto, los pies me están matando. Todo tiene una explicación, verás, mi vida últimamente es un desastre, nada me sale bien, no tengo privilegios ni nada que se le parezca.
– Sí ¿y?
– Estoy sufriendo lo insufrible con estos zapatos, me estoy destrozando los pies. Pero dentro de unas horas, dentro de unas horas cuando llegue a casa, y me los quite ¡imagínate el placer que tendré! ¡que placer, Dios, que placer!

Dando un enfoque diferente haces las cosas difíciles más fáciles.

By | 2017-03-02T12:09:17+00:00 mayo 23, 2014|autoestima, Blog, En la consulta|0 Comments

About the Author:

Importante: Por cuestiones legales y éticas no puedo en ningún caso dar respuesta vía e-mail a personas que no sean pacientes sobre: recetas, posologías, hacer valoraciones y mucho menos dar diagnostico alguno. Para cualquier otra duda o comentario, estaré encantada de poder ayudarte.
X