¿Qué puede hacer por ti el coaching terapéutico?
En la siguiente visita…
– Bien, en la sesión anterior nos quedamos en… sí… te apuntas a un chat para hacer amistades, amistades no pareja -remarco- Bien, sigamos, conoces a un hombre y te sientes atraída; das por sentado que a él también le gustas y que por el hecho de chatear durante mucho tiempo, estáis juntos. Por esa razón te tiene que ser fiel y ya no puede chatear con nadie más. ¿Vamos bien?
– Sí.
– ¡Perfecto! Y además, para poder comprobar, según tú, su grado de fidelidad, le pides a tu mejor amiga que flirtee con él. ¿Sí?, ¿hasta aquí vamos bien?
– Sí.
– Y ¿qué pasó?
– Pues que la muy desagradecida va y se empieza a enrollar más de la cuenta hasta que acaban quedando ¡y ahora están juntos!, ¿te lo puedes creer? ‒ explica exaltada por la rabia.
– Sí, no sé por qué extraña razón, me lo puedo creer. Vamos por pasos. En primer lugar recuérdame exactamente qué tipo de relación tenías con este hombre.
– Ya te lo he dicho ‒ dice con fastidio ‒ chateábamos cada día después de cenar y hasta altas horas de la madrugada.
– De acuerdo, eso ya nos quedó claro en la sesión anterior. Ahora pasemos al segundo punto ¿por qué estás enfadada con tu amiga?
– ¡¿Qué por qué estoy enfadad con mi amiga?! ¿Estás de coña? ¿Qué tipo de pregunta es esta?
– Creo que es una pregunta muy clara, pero te la puedo volver a replantear ¿Por-qué-estás-tan-enojada-con-tu-amiga-y-no-con-él? Así mejor, más claro ¿no?
– ¿Será posible? -contesta ella sin parar de moverse- Porque ella es… ¡era! mi mejor amiga. Y eso no se hace, ¡me ha traicionado! sabía cuánto me gustaba ese hombre.
– Bien. Ahora me queda más claro, y ¿con él?
– ¿Qué pasa con él?
– ¿No estás enfadada con él también?
– Con él, ¡nooo, la culpa es de ella! y sólo de ella. Ya te dije que no iba a cambiar de opinión al respecto.
– Entonces ¿en qué te puedo ayudar?‒ la miro y ella se inclina hacia mi, como fijando la mirada en mis ojos. Un silencio se extiende entre las dos. Finalmente se echa para atrás y saca todo el aire de sus pulmones ‒ Buffff ‒ más relajada añade ‒ Me gustaría, que por una vez, me dijeras que tengo razón y que mi amiga es una ¡pu…!
– ¿Para eso vienes a verme? ¿No te quedan más amigas?
– Claro que me quedan más amigas.
– ¿No crees que deberías comentárselo a ellas? Son las amigas las que te suelen dar la razón… no entiendes que a mí no me corresponde ese rol. No te ayudo en nada si te digo lo que esperas oír sin más. ¿De qué te serviría que te diera la razón?
– Mmm… me sentiría mucho mejor.
– ¿Te sentirías mejor o amplificarías tu mal estar? ¿Con eso vas a recuperar a tu amiga?
– ¿Quién ha dicho que quiera recuperar a mi amiga?
– ¿No la echas de menos?
De repente se hecha a llorar, dulcemente le continuo preguntando.
– ¿En algún momento él te dijo que quería conocerte personalmente o que sentía algo por ti?
– No.
– Entonces, ¿por qué dabas por hecho que estabais juntos?
– Mmm… -respira profundamente y se seca una lágrima que le bajaba por la mejilla- la verdad, ya no lo sé. Es que estoy tan sola… -se le corta el hilo de voz entre pequeños sollozos-.
– ¿Es posible que esa emoción, la de soledad, te haya confundido? o ¿que te haya hecho precipitarte?
– Sí, ahora está claro ¿no?
– No lo sé, por eso te lo pregunto.
– Sí, he confundido las cosas por tener unas ganas locas de encontrar pareja.
Dando un enfoque diferente haces las cosas difíciles más fáciles.
 
			
					 
												
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