¿Qué puede hacer por ti el coaching terapéutico?
– Si no recuerdo mal, en la sesión anterior no quedaron claros cuales eran vuestros motivos al venir a la consulta. Y para solucionar esto, quedamos en preparar unas listas. ¿Si? Una lista de las cosas que van mal en el matrimonio, otra de las que van bien, y cómo os gustaría que fuera.
– Sí. – Responden los dos a la vez.-
– Perfecto ¿y cómo ha ido?
– Yo las hice el mismo día al salir de aquí. -responde ella- pero él las hizo corriendo anoche.
– Bueno, pero las he hecho ¿no? -añade él-
– Sí, pero si yo te importara, si te importara nuestro matrimonio, lo hubieras hecho antes, no cuando yo te avise de que hoy nos tocaba venir. -le retrae ella.-
– Un momento, vamos por pasos ¿Os parece? -interrumpo-
– Si -responden ambos-
– Aquí ya tenemos varias cositas que me gustaría aclarar. En primer lugar ¿por qué el hecho de que él necesite más tiempo para hacer las listas, lo interpretas por un «no te importo» y un «no te importa nuestro matrimonio»?
– ¿Lo ves? -se apresura él a preguntar –
– Espera por favor, deja que termine. En segundo lugar ¿por qué crees que al hacer las listas la misma tarde de la consulta, quiere decir que a ti si que te importa él y el matrimonio?
– Pero Mon…
– Espera -le interrumpo- déjame acabar. Esto es lo que vamos a trabajar contigo, ahora lo qué te quiero preguntar es ¿por que has necesitado que ella te recordara que tenias pendiente de hacer las listas el día antes de venir?
– ¡Eso! ¿por qué? ¡Contesta! Porque no te importo ¡verdad! -le chilla ella-
– Os voy a pedir, que sigamos unas normas de comportamiento para poder seguir sin interrupciones ¿de acuerdo? Se trata de que conteste sólo, y digo sólo aquel al que yo le esté preguntando. El otro permanecerá en silencio, de forma respetuosa, aunque no este de acuerdo con lo que se esta diciendo, salvo que yo le pregunte. Luego cambiaremos el turno y este podrá añadir lo que quiera.
– De acuerdo. -responden los dos a la vez-
– Bien, empezamos por ti, dime ¿cuándo os propuse la semana pasada hacer las listas, tu respuesta fue?
– Que sí.
– Perfecto, entonces mi duda es ¿cambiaste de opinión o no fuiste del todo sincero cuándo respondiste?
– En aquel momento… la verdad, me sentí obligado.
– Entiendo ¿Puedes ser un poco más concreto? No pasa nada, eres totalmente libre de pensar y decir lo que quieras.
– Por favor, recuerda el trato, no digas nada hasta que no sea tu turno. -le recuerdo a ella-
– Montse… -se toma su tiempo, mira hacia abajo, respira profundo – no es por ti…es que si llego a decir que no, ya sabes.
– ¿Ya se?
– Sí, mira como se pone. ¿Qué crees qué hubiera hecho?
– ¿Quién? ¿ella?
– Claro, pero no ves que no me deja hablar y si hablo me equivoco. Diga lo que diga, haga lo que haga, está mal y termina en una pelea, y yo ya no lo aguanto.
– … -silencio-
– ¿Y si no escribo lo que ella quiere leer? ¿Y si me equivoco y no utilizo las palabras adecuadas? Montse, no se cómo hablar con ella sin que se enfade, sin que interprete que sé yo.
– De acuerdo, tranquilízate. Ahora le toca el turno a ella.
– ¿Qué opinas de lo que acaba de decir?
– Mmm… -me mira con los ojos llenos de lagrimas- ¡¿Cómo es posible?! Ahora resulta que la culpa es mía, que yo soy un ogro ¡¿es eso?!
– Vale, esta es tu primera impresión, ¿esto es positivo para ti o negativo?
– ¡Negativo! Que pregunta más estúpida.
– Sí, tienes razón, pero esta bien tener claro los conceptos. Si es negativa ¿podemos afirmar que este pensamiento no te ayuda en nada positivo?
– ¡Exacto!
– ¿Puedes dejarlo a un lado, respirar hondo y volver a interpretar lo que ha dicho él, pero de forma que te ayude a resolver el problema?
– ¿No se si te he entendido?
– Vale, lo que te pido es que apartes este primer sentimiento de culpa, y que me digas cómo lo solucionarías, por qué lo que tu quieres es solucionarlo ¿verdad?
– Sí.
– ¡Perfecto!
– Pero si él cree que no puede hablar conmigo porque todo me parece mal ¿qué puedo hacer?
– Muy buen principio, ¿qué te parece si se lo preguntas a él?
– ¿Puedo?
– Adelante.
– Según tú, todo lo que dices o haces, hace que me enfade y que te grite.
– Sí. -responde él –
– Vale, ¿cómo podría hacer para que no te sintieras así?
– Si me dejaras terminar las frases, si no me interrumpieras antes de poder explicarte…
– Perfecto, continua -añado yo-
– Me gustaría que no interpretaras cosas raras antes de que yo termine de explicarte, y que si no lo entiendes me preguntes.
– ¿Qué te parece a ti? -le pregunto a ella-
– Creo que no es tan difícil, lo voy a intentar.
– Perfecto, hoy lo dejamos aquí quiero que practiquéis durante esta semana. ¿Sí?
– Sí. -responde ella-
– Sí, no hay problema. -responde él-
Continuará…
Dando un enfoque diferente haces las cosas difíciles más fáciles.